El Charro Moreno

El Charro, los goles, la noche

José Manuel Moreno tomó la posta de Bernabé y deslumbró con su clase

Crack. Hace mucho que esta palabra no despierta los sentidos de manera indiscutida. Hay pocos jugadores que pueden acercarse a ese pedestal, y siempre alguien los discute, que les encuentra algo negativo para que el reconocimiento no sea completo. Esto fue siempre así; es la historia la que da el veredicto final, el valedero, el que no se modifica con el tiempo.

José Manuel Moreno fue un crack y eso no se discute. El Charro tenía imagen de atleta, dignidad deportiva, pero, sobre todo, calidad y talento para el fútbol, además de un amor propio excepcional, único. Y si a esto le sumamos sus cualidades fuera de un campo de juego, como el carisma y la simpatía, se puede decir que fue un verdadero ídolo popular.

Moreno nació en La Boca el 3 de agosto de 1916, en una familia humilde y trabajadora; se crió en los alrededores de la Bombonera, uno de sus grandes amores, que de reojo lo veía patear en los potreros de la calle Brandsen. Era un pibe todavía cuando se ganaba unos pesitos ayudando en un lavadero que se encargaba de la ropa de los marineros extranjeros que llegaban al puerto; un día, en la puerta del negocio, vio pasar a dos de sus ídolos boquenses: Domingo Tarasconi y Roberto Cherro. Estaban recién bañados y con el pelo engominado; parecían artistas. "Quiero ser como ellos", se dijo Moreno.

Se fue a probar a la 5a de Boca y en la práctica metió dos goles. El directivo a cargo lo mandó a su casa; el pibe no entendía nada. La decepción, la tristeza y la angustia del fracaso no lo amilanaron. "Se van a arrepentir, ya van a ver", le gritó en la cara al verdugo .

Apenas unos días después, su padre le consiguió un trabajo en El Gráfico, doblando pliegos y archivando material. Parecía que allí terminaba su sueño de futbolista; sin embargo, en la revista conoció a Tito Sánchez, que lo llevó a probarse a River aprovechando sus contactos. Atrás había quedado un vano intento por convertirse en boxeador profesional (lo hizo como amateur), cuando un cross de derecha le dejó la nariz mirando para allá , característica que arrastró el resto de su vida.

Luego vino lo conocido: de la cuarta especial a primera. Debutó en una gira por Brasil, contra Botafogo, en Río de Janeiro (ganó River por 2 a 1). En el segundo partido, contra Vasco da Gama, con dos frases Moreno ya había dejado boquiabiertos a sus experimentados compañeros. "Tranquilos muchachos, que a éstos les hacemos cinco. Mirá lo que es el que me tiene que marcar, es muy feo el negro, lo voy a bailar". Ganó River 5 a 1, con un gol suyo. Corría 1935.

Llegaron sus gambetas, sus cabezazos, su capacidad estratégica, su habilidad, su potencia, su estampa goleadora, La Máquina. Su consagración. En los dos primeros torneos que jugó, River fue campeón y Moreno el goleador, aún por sobre Bernabé Ferreyra.

Enamorado de Buenos Aires, amante de la noche, fiel al cabaret y casado con el tango. Una vez dijo: "El tango es el mejor entrenamiento: llevás el ritmo, lo cambiás en una corrida, manejás todos los perfiles, hacés trabajo de cintura y de piernas". Hasta se coló como galán en el film "El Crack", enamoró a miles de mujeres y se codeó con el jet set mexicano cuando desparramó su fútbol por tierras aztecas. Era un dandy.

Como todo ídolo tenía detractores; le decían fanfarrón, bocón, hasta poco hombre. "Le falta chapa, no es caudillo", era el concepto de moda por aquellos tiempos entre los anti-Moreno. Los silenció mostrando su guapeza, cuando fue necesario, con los puños. Como en 1947, cuando en la cancha de Estudiantes se peleó mano a mano con los hinchas platenses que habían invadido el campo de juego para agredir al árbitro. O como en el año 47, en la cancha de Tigre, cuando le tiraron una piedra desde la tribuna y sus compañeros sólo se dieron cuenta cuando entraron en el vestuario y vieron la sangre en la camiseta. "¿Para qué me voy a hacer atender antes?, ¿para darles el gusto a ésos y que después canten por ahí que se la dieron a Moreno? °No viejo! Cuando me atiendan en la cancha es porque me van a sacar en camilla", les dijo el Charro.

Vivió la vida como muchos sueñan, pero pocos se animan. Sacando pecho, enfrentándose a todo y a todos. Fue galán dentro y fuera de la cancha; ganador por donde se lo mire. Acá, en México, en Chile, en Uruguay, en Colombia y en cualquier parte. Los años demostraron lo que fue Moreno como jugador y como persona. Le dijeron que no servía y siguió; lo criticaron y los calló. Seguramente, el 26 de agosto de 1978 murió de la misma manera en la que vivió: orgulloso y sonriente. Fue, después de todo, un crack.

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